CLARA: ESPEJO CLARO DEL AMOR DE DIOS

Fray Guillermo Lancaster-Jones Campero, Ofm.

Cuenta la historia que un día, Clara preguntó a Francisco ¿Cuándo te veremos? Y Francisco respondió: “Cuando florezcan los rosales”. En ese momento, dice la leyenda, empezaron a brotar las flores entre las ramas cubiertas de nieve. Bien decía Theilhard de Chardin cuando afirmaba que la mujer no ha dejado de entresacar la flor de cuanto producían la savia de la naturaleza y el artífice humano.

Clara Favarone, la “plantita” de Francisco, nace el 13 de diciembre de 1193[1] en Asís, la pequeña y bella ciudad amurallada del valle de Espoleto, que en el siglo XIII era una ciudad imperial, que gozaba de paz y prosperidad gracias a la agricultura y al comercio.

En el ámbito religioso, aún fuera de las murallas de los monasterios, se dejaba sentir un nuevo aliento evangélico más austero, más popular. Nguyen Van Khanh, en su tesis doctoral, títulada “Cristo en el pensamiento de Francisco de Asís[2], hace una profunda investigación sobre las devociones que en la época de Francisco y Clara alimentaban el corazón de lasç personas, y allí dice: “los cristianos de la Alta Edad Media miraban a Cristo principalmente como Dios Todopoderoso, como Rey de gloria ante quien el universo se posterna para adorarlo[3]. Lo que aparece como telón de fondo del cristiano medieval es una especie de temor reverencial, un deber de rendir homenaje al Señor.

El franciscanismo se levanta entonces como un alcazar desde el cual se proclama que la vida de fe puede vivirse de forma diferente, no tanto desde la posternación reverencial, sino desde lo que sucede en la cruz: un amor tan grande, que da la vida por sus amigos. Este es el corazón de la experiencia franciscana, el encuentro con Dios se vive desde el corazón, desde el amor. Y no podía ser de otro modo, la experiencia de Clara es, ante todo, una experiencia del corazón, Clara ya no ora “a” Dios, con una simple repetición de palabras, sino que ora “en” Dios, es decir, habitada por Dios.

Pero, ¿cómo expresar esa experiencia de Dios, a veces tan subjetiva? Cuando las personas nos encontramos ante la limitación de la palabra, entonces recurrimos a otro tipo de lenguaje. Por ejemplo, la poesía. El lenguaje metafórico y simbólico nos permite hablar de aquello que es interior, de lo que es impronunciable. Por eso, Clara recurre a aquello que vive día a día y que tiene un valor simbólico: joyas, vestidos, flores, espejos y besos del amado. Todas estas imágenes aparecen unidas en el tema del espejo.

1.  EN EL ESPEJO CLARA SE DESCUBRE A SÍ MISMA

Como buena mujer, Clara es mucho más práctica en su descripción del espejo que los autores que la precedieron. Podríamos decir que, para ella, esta imagen encierra un descubrimiento de su verdadero ser, por ahora mirada a través de los ojos de Dios. Clara es una mujer que se mira cada mañana en el espejo. Pero su mirada es diferente, como es diferente la mirada de los enamorados. Clara, en el espejo, ve el reflejo de “la belleza”. Me refiero no a esa belleza pasajera, sino a “la” belleza que trasciende.

Y por eso, ella misma se comprende como esa mujer bella, creada por Dios y para Dios; esa mujer que sabiéndose amada, se viste y se embellece para él. La imagen que nos da del interior de su alma no puede ser más bella. En la Cuarta Carta a santa Inés escribe: “Observa constantemente en él tu rostro: así podrás vestirte hermosamente y del todo, interior y exteriormente, y ceñirte de preciosidades, y adornarte juntamente con las flores y las prendas de todas las virtudes[4]. Clara, como buena mujer, se observa con deteni-miento, examina atentamente cada detalle, reflexiona en lo que sucede, en lo que ha visto.

En 1982, Juan Pablo II decía a los jóvenes reunidos en la Jornada Mundial por la Paz:Entre las preguntas inevitables que deben hacerse a ustedes mismos, ésta es la primera y principal: ¿cuál es su idea del hombre?[5]. Ya ocho siglos antes, Clara, amparada por la imagen de un espejo, llama a la puerta de Jesús para conocer su identidad. Por lo mismo, dice con el salmista: “¿qué es el hombre para que de él te acuerdes? ¿Qué el hijo de Adán para que de él cuides?[6], y es como si a través del mismo salmo, Dios le respondiera “apenas inferior a un dios te hice, coronándote de gloria y de esplendor te hice señor de las obras de mis manos[7].

Esta respuesta de lo alto es sorprendente. En la Tercera Carta a Santa Inés de Praga, se dirija a santa Inés con un pasaje del evangelio de Juan: “El que me ama será amado de mi Padre, y yo le amaré y vendremos a él, y haremos morada en él[8]. Es como si Clara hubiese descubierto algo extraordinario en su vida, es como si al buscar su verdadera identidad renaciera del agua y del Espíritu. Y en ese renacer se sabe morada, hogar de Dios. Pero ¿qué ha pasado? Se invocó sobre ella (y sobre nosotros) el nombre de la Trinidad como prenda de su destino: “En mi nombre has recibido el sacramento del agua, has sido bautizado en el mismo nombre que yo, tu Dios, llevo: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo”. Clara se descubre como morada, como un “hogar” donde habita su Señor.

Pero entonces, ¿ante el espejo de la eternidad qué es el hombre? Berulio decía “Es un ángel, es un animal, es una nada, es un milagro, es un Dios, es una nada envuelta de Dios, necesitada de Dios, capaz de Dios y llena de Dios, si quiere[9]. Al mirarse en el espejo, Clara tiene claro (valga la redundancia) que no es únicamente una creatura, el guijarro y el lagarto también lo son; también sabe que no es solamente una mujer, por noble y elevado que eso sea. Para Clara hay una verdad superior: es hija de Dios: “A todos los que le recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios” (Jn 1,12)… “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (1Jn 3,1). Esa es la respuesta de Dios a la pregunta de Clara. Por el bautismo ha sido creada “capax Dei”, es decir, capaz de acoger a Dios.

Clara comprende que toda su alma, corazón, inteligencia, belleza, bondad y su amor son templo de Dios[10]. Mirandose en el espejo, Clara sabe que nada ni nadie puede liberarle del amor que ha descubierto.  Y ella misma se convierte en espejo claro del amor divino, en reflejo del Dios que puso su morada entre nosotros.

2. EN EL ESPEJO CLARA DESCUBRE A CRISTO

Pero en un espejo no sólo se observa el rostro de la persona, no es -en sí- un instrumento narcisista. En las diferentes superficies del espejo podemos también encontrar el mundo que nos rodea, los objetos de los que nos servimos. Podemos ver al otro, y dice Clara, podemos contemplar la imagen de Cristo. En efecto, jugando con las superficies del espejo, Clara nos presenta el objeto de su amor:

En la parte inferior del espejo, Clara mira hacia esa disposición de pobreza que permite que el otro nazca. Cristo, en esta parte del espejo es observado en su dimensión kenótica, como aquel que “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo haciéndose semejante a los hombres[11]. Ante tal anonadamiento, Clara se siente invitada a despojarse de todo, a seguir al Cristo pobre y crucificado. Por eso mismo, pedirá: “a dicho cardenal que, por amor de aquel Señor que fue recostado pobremente en el pesebre, pobremente vivió en el mundo y desnudo permaneció en el patibulo, vele siempre para que esta pequeña grey que Dios Padre engendró en su santa Iglesia por medio de la Palabra y ejemplo de nuestro bienaventurado padre San Francisco[12].

Luego pasa al centro del espejo, donde reflexiona en el ministerio publico de Jesús: “Y en el centro del espejo considera la humildad: a lo menos, la bienaventurada pobreza, los múltiples trabajos y penalidades que soportó por la redención del género humano”. Clara descubre que el ser o estar de Dios en el mundo no es el de un encierro en el interior de su ser, sino que al contrario, se proyecta hacia nosotros para compartir su vida. Desde que Dios decidió crear el cosmos, no hay un universo sin Dios, ni hay Dios sin universo.  El paso de Jesús por las calles de nuestro mundo nos permite amar y venerar a Dios porque nos sentimos amados y acompa-ñados. No se trata de un Dios que desde lo alto de su majestad contempla la historia del hombre, dignándose acaso hacer, de cuando en cuando, un gesto generoso. Nuestro mundo ya no es capaz de creer en ese Dios. En la vida concreta de Jesucristo, Dios se ha implicado en nuestra historia. El evangelio no es otra cosa: En Jesús, Dios aparece cercano a la vida de la persona, su misión consiste en anunciar la Buena Nueva, en decirnos que Dios está presente, con su amor y su poder, para ayudarnos: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos[13].

Finalmente, llegamos a la parte superior, donde Clara contempla -en el sentido de ser arrebatados por el amor de Cristo- la persona de Jesucristo, desde la infancia hasta la pasión y la muerte. Es precisamente en la cruz donde se enfoca mejor su imagen. Para Clara (y para Francisco), la imagen que refleja con más precisión el ser y el hacer de Jesucristo es la del Cristo pobre y crucificado: “Y en lo más alto del mismo espejo contempla la inefable caridad: con ella escogió padecer en el leño de la cruz y morir en él con la muerte más infame[14]. Clara toma esta imagen y le da su propia interpretación. Mientras que Francisco deseaba sentir en su cuerpo y alma el dolor que Jesús sufrió, y sentir en su corazón el exceso de amor que llevó al Hijo de Dios a morir por los pecadores, Clara dirige más su atención hacia la compasión que a la identificación: “… le es familiar el llanto sobre la pasión del Señor; y unas veces apura, de las sagradas heridas, la amargura de la mirra, otras veces sorbe los más dulces gozos. Le embriagan vehementemente las lágrimas de Cristo paciente, y la memoria le reproduce continuamente a aquel a quien el amor había gravado profundamente en su corazón[15]. Clara vive la pasión desde la “com-pasión”, desde la caridad.

3. EN EL ESPEJO, CLARA DESCUBRE A SU AMOR

Dios nos ha creado por amor y nada ni nadie podrá arrancarle esa criatura que le hace temblar de amor. Pero el amor (aún el divino) necesita ser correspondido, es como si Dios deseara ser amado, porque ‑poco importa si hay en nosotros grandezas o debilidades‑ somos deseables. El maestro Eckart escribe: “La verdad es que Dios sentiría una alegría tan grande e inefable por el que le fuese fiel, que el que frustrase esa alegría le frustraría totalmente en su vida, su ser, su deidad…, le quitaría la vida, si es que uno puede hablar así[16].

Clara se sabe habitada, pero no por una presencia vaga ni por una especie de energía. Clara, sabe en quien ha puesto su esperanza. Cristo ha tomado posesión de su persona, no solamente le permite vivir en su vida, sino que se enamora perdidamente de él, así, del “con‑vivir” viene el “con‑amar”.

Este encuentro con quien Clara llama “el esposo” es un elemento fuertemente femenino, tomado de la mística del “Cantar de los Cantares”. Francisco la considera “desposada con el Espíritu Santo”. Es decir, Clara ha llegado a ser una con el Espíritu de Dios.

Este proceso de enamoramiento no fue algo súbito en la vida de Clara, se trata más bien de una evolución armoniosa de todos sus afectos, de toda su personalidad; es simplemente que Clara se enamoró, que Jesús llegó a ser verdaderamente su Dios y su todo, e invita a los demás a hacer lo mismo. En su Primera Carta a Santa Inés de Praga, Clara invita a Inés a tomar marido, un esposo “cuyo poder es más fuerte, su generosidad más alta, su aspecto más hermoso, su amor más suave, y todo su porte más elegante[17]. Clara maneja deliciosamente lo que su corazón siente; invita a Inés a que le ame, a que le abrace, que lo acepte, a que se rinda ante él que es su Señor.

El lenguaje, no sólo es sumamente femenino, sino también evocador y enamorado. Clara es esa mujer que clama “no te olvidaré jamás y mi alma agonizará dentro de mí”, es la que en un paroxismo de amor quiere ser poseída y que todas, en es­pecial Inés, sean poseídas totalmente. Por eso no puede retener el grito: “…y, suspirando de amor, forzada por la violencia del an­helo de tu corazón exclama en alta voz: ¡Atráeme! y correremos a tu zaga al olor de tus perfumes, ¡oh esposo celestial! Correré y no desfalleceré hasta que me introduzcas en la bodega, hasta que tu izquierda esté bajo mi cabeza y tu amor me abrace deli­ciosarnente, y me beses con el ósculo felicísimo de tu boca[18].

Este es el llamado de una mujer, de una mujer enamorada, no se trata de un lenguaje que exprese la espiritualidad de un hombre, el mismo Francisco en la cima de su vida espiritual exclama “Mi Dios y mi Todo”, “Tú eres grande”, “Tú eres fuerte”, etc. Nunca habla con el corazón en las manos, y menos con un corazón así de enamorado, apasionado y ansioso.

La presentación de imágenes continúa siendo femenina. Una vez que Clara se ha desposado, que se ha desprendido de su corazón, que ha pasa­do su noche de bodas con el Señor, es adornada con las más bellas joyas: “aquél que ha ornado vuestro pecho con piedras preciosas, y ha puesto en vuestras orejas por pendientes unas perlas de inestimable valor, y os ha cubierto con profusión de joyas resplandecientes, envidia de la primavera, y os ha ceñido las cienes con una corona de oro forjada con el signo de la santidad[19].

Dios es amor”. ¡Lo hemos repetido tantas veces sin entenderlo! Lo comprendemos más como si Dios en su infinita bondad condescendiese en amarnos! ¿Es que hemos oído alguna vez a dos amantes expresarse así? “Dios nos ama” significa exactamente eso: “Dios nos ama” y punto. Qué estúpidos y orgullosos somos de no atrevemos a creer en ello.

CLARA- ESPEJO CLARO DEL AMOR DE DIOS


[1]    Para una cronología de la vida de santa Clara ver M. V. TRIVIÑO, Clara ante el espejo, Madrid, 1991, p. 11.

[2]    N. VAN KHANH, Cristo en el pensamiento de Francisco de Asís, según sus escritos, Madrid, 1973.

[3]    Ibid, p. 31.

[4]    4EpAg 3.

[5]    JUAN PABLO II, Discruso a los jóvenes en la Jornada Mundial por la Paz en 1992.

[6]    Sal 8,5.

[7]    Cf. Sal 8,6-7.

[8]    Jn 14,21.23.

[9]    BÉRULIO, citado en Un néant capable de Dieu. Lettres aux pères et confrères dé l’Oratoire, Paris, 1987, p. 40.

[10]   Cf. 1Cor 3,16; 6,13‑20; 2Cor 6,16.

[11]   Col. 2,7.

[12]   TestCl 7.

[13]   Lc 4,18.

[14]   4EpAg 4.

[15]   LegCl 30.

[16]   MAESTRO ECKART, Sermones III, Paris, 1978, p. 61 (trad. cast.: Tratados y sermones, Barcelona, 1983).

[17]   1EpAg 2.

[18]   4EpAg 5.

[19]   1EpAg 2.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. gracias me gusta mucho

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  2. Cómo quisiera amar al Señor Jesús como lo amo Clara…
    Porque me pregunto yo, conocí casi al final de la vida a Cristo… Paz y bien hnos 🙏

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