TOMARSE EN SERIO EL EVANGELIO.

JESÚS NOS DICE: “AMEN A SUS ENEMIGOS, HAGAN EL BIEN A LOS QUE LOS ABORRECEN, BENDIGAN A QUIENES LOS MALDICEN Y OREN POR QUIENES LOS DIFAMAN. AL QUE TE GOLPEE EN UNA MEJILLA, PRESÉNTALE LA OTRA; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.» (Lc 6, 27-38)… Cuando escuchamos las palabras de Jesús donde habla de bondad, verdad, justicia creo que todos estamos de acuerdo, pero ¿estas palabras?. Lo más dificil del mensaje cristiano no es ese sentido común que bien funciona en el mundo secular, porque la cosa cambia completamente con respecto a cualquier propuesta religiosa como la petición de renunciar al mecanismo de «acción-reacción» que todos llevamos dentro… todo esto y sin excluir el hacer el bien con quien se porta bien con nosotros.

Seamos sinceros, en «la vida real», como mucho, podemos tolerar a los que nos hacen daño no respondiendo con la misma moneda, pero ¿amar a los enemigos? es una petición demasiado fuerte, demasiado exigente, como ese efecto retórico de quien quieren hacer una idea y usa una imagen exagerada. Pero sabemos que Jesús no estaba exagerando. Estamos acostumbrados a hacer del Evangelio una lectura romántica, simbólica, teórica abstracta, Pero si empezamos a tomar en serio el Evangelio, veríamos que el cristianismo no puede ser fácil, sino una forma revolucionaria de vivir, amar y de elegir. Una forma – y en concreto la más genunina – para cambiar al mundo entero, desde las manos, la mente y el corazón del ser humano.

«Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos”. (Lc 6, 36-38). Por tanto usar la misericordia, dejar de juzgar, dejar de condenar, perdonar, dar… todos estos son verbos que son usados por Jesús y que buscan generar acción en nosotros. Son verdaderos mandatos, porque el cristianismo se sostiene o se derrumba exactamente sobre esto. No hacerlo – o hacer lo contrario – no es más que una forma de perder el tiempo… y también el alma.

No tengamos otra obra, como nos lo recuerda San Francisco de Asís, que la de guardar el Evangelio haciendolo vida. (cf. 2 R 1,1)

Paz y Bien


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